Saltar al contenido

Terminar una novela

     Para mis abuelos, con quienes pasé el invierno más especial de mi vida.

“Escribir [una novela] no es sólo encerrarse y esperar a que la inspiración te salve. Es un proceso largo y complejo, una aventura en el pleno sentido de la palabra”. La frase es del escritor Javier Moro, y yo la suscribo totalmente. Por eso he decidido no enfrascarme en un artículo titulado Escribir una novela (como pensé en un principio). El tema es tan complejo que necesita ser abordado por PARTES, la suma de las cuales no nos dará ni mucho menos el TODO.

En este artículo quiero hablar sobre el tramo final de la escalada, cuando uno por fin ve la cima (NOTA IMPORTANTE: antes de dar el último empujón, asegúrate de que no estás ante un “falso pico” que te oculta la verdadera cumbre). Pero antes, una breve reflexión sobre la inspiración, oxígeno sin el cual no podríamos emprender la subida, y mucho menos culminarla.

Apuntes sobre la inspiración

Recientemente ha aparecido en El Mundo un interesante artículo sobre la inspiración. Su autora, la periodista Irene Hernández Velasco, recoge en primer lugar algunas declaraciones de artistas célebres. Nabokov, Chaikovski y Edvard Münch coinciden en que la inspiración es una experiencia azarosa, concentrada, subjetiva e íntima. A continuación, el artículo se traslada al ámbito científico, y la autora expone una tesis extraída de diversos estudios: “Frente a un problema o un asunto importante, la inmensa mayoría de la gente trata de concentrarse, de estrujarse el cerebro. Pero la inspiración funciona justo al contrario. Las investigaciones científicas muestran que suele hacer acto de presencia precisamente cuando el cerebro está reposando, realizando una actividad que no requiere una gran focalización ni un especial esfuerzo de atención. Como ducharse, lavar los platos, pasear o esperar en el coche a que se despeje un atasco”. El artículo omite –imagino que deliberadamente– la archiconocida frase de Picasso: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.

¿Se contradicen entre sí todas estas teorías? Yo prefiero decir que se complementan. Y es que, cuando intentamos abordar un fenómeno complejo desde un solo punto de vista, acabamos llegando a conclusiones delirantes.

Si entendemos la inspiración como algo puramente azaroso, independiente de lo que hagamos en nuestro día a día, obviamente esperaremos su llegada hasta que nos muramos (en la ciencia esto resulta todavía más evidente). Dicho de otra forma: puede que la inspiración sea una bala disparada por un borracho contra una manzana a larga distancia; y puede que la probabilidad de que acierte sea de uno entre un millón: pero si existe esa probabilidad es porque el borracho tiene una pistola en la mano y hay una manzana a la que disparar. Resumiendo: si Nabokov no hubiera sido previamente escritor, y Chaikovski músico, y Munch pintor, no habrían conocido todos esos momentos de inspiración.

¿Y si aceptamos que la inspiración llegará mientras nos duchamos, lavamos los platos, paseamos o esperamos en un atasco? Entonces deduciríamos que, cuanto más tiempo estemos concentrados en un trabajo creativo, menos ideas vamos a tener. Así, una persona que no se dedicara en absoluto a la creación tendría más posibilidades de recibir la visita de las musas que el artista o el científico que trabaja duramente en ello.

Por último, si nos tomamos al pie de la letra la frase de Picasso, llegaremos a la conclusión inversa: cuanto más tiempo estés trabajando, más ideas vas a tener. Esto tampoco es cierto. La mente del artista y el científico, como la del estudiante o la del lector, necesita descansar. Saber detener el trabajo a tiempo evitará que pierdas una cantidad ingente de horas escribiendo, borrando y corrigiendo.

Condiciones ideales para terminar una novela

Cuando un escritor se encierra a terminar una novela, todas las teorías sobre la inspiración se vuelven superfluas. No necesitas buscarla frente al ordenador ni distraer tu mente con otras actividades: sencillamente está por todas partes. Tu pensamiento se vuelve obsesivo y monotemático, y tu cerebro permanece activo las veinticuatro horas del día: exactamente igual que cuando te enamoras.

Creo que muchos escritores estarán de acuerdo con estas afirmaciones. Por poner un ejemplo, Juan Gómez Jurado se encierra en la hospedería del Valle de los Caídos a terminar sus novelas. Escribe dieciséis horas diarias durante un mes, interrumpiendo el trabajo solamente para comer, dormir y pasear.

Dejando a un lado las diferencias espaciales y de horas de trabajo, mi experiencia fue muy similar a la del escritor madrileño. Tuve la suerte de poder recluirme durante un mes y medio en la casa de mis abuelos. En su pueblo viven en invierno menos de cien personas. Ya no quedan tiendas, ni siquiera un bar. Dentro de la casa no hay cobertura (y por supuesto tampoco hay WIFI). Minimizar los estímulos externos y distracciones es indispensable.

El hecho de que la casa no tuviera calefacción me obligó a alterar mis horarios de trabajo (soy de los que prefieren madrugar a trasnochar). Durante el día, me sentaba a escribir en la galería del piso de arriba, bien abrigado y junto a una pequeña estufa eléctrica (nótese que esta parte va sin mayúsculas, ya que no considero el frío como una condición ideal para escribir). Por la noche, cuando mis abuelos se iban a dormir, me trasladaba a la cocina hasta que el brasero de leña se apagaba. Escribía diez horas al día de lunes a domingo, lo cual hubiera sido imposible en Madrid. Lo ideal es cogerse uno o dos meses sabáticos en el trabajo.

Los dibujantes de cómics dedican una media hora a calentar la muñeca antes de ponerse a trabajar, y con cada parón se enfrían y tienen que empezar de nuevo. Con la última etapa de una novela ocurre lo mismo. Por eso no romper con la rutina es sumamente importante. Entras en un estado casi místico de “anulación del yo” y te fundes plenamente con tu obra. Un descanso de un solo día puede hacer que te enfríes y que luego te cueste volver a entrar en la novela.

Otro punto clave es atar todos los cabos. Siempre hay partes de la novela que uno va posponiendo, ya sea por pereza o porque se te atascan. Importa poco si se trata de un complicado proceso psicológico o de un simple diálogo: en esta última etapa no hay excusas para no abordar esas partes. Debemos evitar a toda costa el volver al mundo real con cosas en el tintero. 

¿He terminado ya?

Una novela no se escribe de forma lineal, al menos desde que existen los ordenadores. La imagen del escritor terminando la última frase, poniendo la palabra FIN y juntando sus hojas perfectamente ordenadas es un anacronismo (probablemente siempre lo fue). El capítulo final suele estar escrito antes de entrar en esta última etapa: por eso es tan complicado saber cuándo hemos terminado la novela.

En realidad, una novela nunca está completamente terminada. No me refiero solamente a la forma, sino también al fondo. Siempre quedan ventanas abiertas por las que se podría ampliar la trama. La pregunta es: ¿Funcionaría la novela tal y como está? En ese caso, cómprate un billete de autobús y vuelve a la civilización (no olvides llamar a tu jefe de camino, para ir tanteándole). Tú y tus personajes os habéis ganado un merecido descanso.

Dejar reposar la novela es fundamental. No me atrevo a dar un tiempo óptimo, pero apuntaría a dos semanas como mínimo. Lo ideal durante ese periodo es no hacer nada relacionado con la literatura y pensar en la novela lo menos posible. Volver al trabajo (si todavía lo conservas) es una buena opción.

Obviamente vas a seguir pensando en la novela. Quizás haya alguna idea que tire de ti con fuerza y que necesitas añadir a toda costa. Tranquilo, aguanta la tentación. (¡No se te ocurra apuntarla!) Si sobrevive al periodo de reposo, podrás añadirla en alguna de las penúltimas revisiones.

La penúltima revisión debe hacerse como si el libro lo hubiera escrito otro. Intentar abstraerte de todo y acercarte a él como lector, no como escritor. Corregir las pequeñas faltas de ortografía te sacará constantemente de la trama. Olvídate de eso por el momento: ya lo harás más adelante.

Una vez terminada la penúltima revisión, envía la novela a tus lectores de confianza y siéntate a esperar su feedback. Una vez lo recibas, no te cierres en banda. Probablemente hayas cometido errores que vayan de lo minúsculo a lo garrafal. ¿La buena noticia? Aún estás a tiempo de corregirlos en la ÚLTIMA (bueno, la penúltima) REVISIÓN.

FIN.

Mi novela Los extranjeros está disponible en tapa blanda y en versión eBook:

UNA NOVELA SOBRE MOCHILEROS EN EL SUDESTE ASIÁTICO: DEL HEDONISMO SIN LÍMITES A LA ESPIRITUALIDAD DEL VIPASSANA Y EL BUDISMO