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Misión a Marte

Disfrutarán del privilegio de todo organismo colectivo: se hará el mal sin que nadie sea responsable de ello. (…) Todos seremos inocentes y podremos lavarnos las manos de toda infamia. Napoleón definió este fenómeno moral, o inmoral, como se prefiera, con una frase sublime que le dictaron sus análisis acerca de la Convención: “Los crímenes colectivos no comprometen a nadie”.

HONORÉ DE BALZAC, Las ilusiones perdidas

16 de octubre de 2032

Juliette me despertó por tercera noche consecutiva. Trataba de sofocar las lágrimas enterrando la cabeza bajo la almohada. Bajé de la litera de un salto, lo que hizo que la cápsula se tambaleara un poco. Me asomé a su cama y la encontré cubierta con la sábana de pies a cabeza, mirando a la pared en completo silencio.

–Juliette –susurré poniendo mi mano sobre su hombro.

No respondió. Volví a intentarlo alzando un poco más la voz.

–Juliette, sé que estás despierta –le dije en inglés, idioma oficial en la colonia.

Finalmente se giró.

–¿Qué pasa? ¿Qué hora es? –preguntó con voz de recién despertada. Juliette era canadiense, pero de Quebec, y su acento cuando hablaba inglés me resultaba odioso.

–Me da igual la hora que sea –respondí–. Estabas llorando, te he oído. ¿Vas a contarme lo que te pasa?

–Ahora estoy muy cansada, mejor hablamos mañana.

–Eso ya lo he oído antes.

–Mañana hablamos: te lo prometo.

–Ok, buenas noches –dije comprendiendo que no iba a valer la pena insistir.

Subí a mi cama con la intención de reflexionar sobre el asunto, aunque la verdad es que me dormí al momento. No sé si Juliette volvió a llorar durante la noche.

Cuando amanecí a la mañana siguiente, Juliette no estaba en el cuarto. Entré en la cocina y la encontré desayunando sola en la mesa plegable. Franz y Mariam no habían vuelto aún de la excursión.

–Bueno, ¿qué te pasó ayer? –le pregunté mientras cogía mi barrita de cereales y tomaba asiento frente a ella. Estaba harto de los productos envasados al vacío o comprimidos en forma de barritas, pero los intentos de cultivar nuestro propio huerto habían fracasado estrepitosamente. Las lecciones durante el entrenamiento no nos habían servido de nada. Juliette, Franz y yo, gente de ciudad, habíamos confiado en que Mariam nos sacaría del apuro, pero ella también se había desentendido del tema. “Estará esperando la ayuda de una especie de ONG interplanetaria”, había dicho Juliette, quien sentía unos celos terribles de La Diosa de Burkina Faso. Afortunadamente, los de SpaceX habían enviado dos misiones previas para equipar la nave con todo lo necesario. Confieso que no presté mucha atención a los detalles técnicos; puede que fueran tres misiones o puede que fuera una. En cualquier caso, llegamos a mesa puesta: teníamos comida, oxígeno, agua potable y todo lo indispensable para vivir en las cápsulas. Digo LAS cápsulas porque enviaron cuatro, una para cada uno, pero el robot encargado de escoger la zona para el asentamiento no eligió demasiado bien. Tres de ellas se voltearon y no fuimos capaces de erguirlas, por lo que acabamos todos en un habitáculo de cincuenta metros cuadrados. Menos mal que Mariam estaba ahí para recordarnos que, en su país, se había criado en una casa del mismo tamaño habitada por el doble de personas. Sólo pudimos salvar las camas y, gracias a que Franz resultó ser un maestro del bricolaje, teníamos dos literas en la habitación. También estaba preparado el sistema de comunicaciones por satélite: qué gasto más inútil… En resumen, que con huerto o sin él, nuestra existencia estaba garantizada para dos años (o al menos eso nos dijeron). Pasado ese tiempo, llegaría la segunda misión con más gente, más comida, más agua, etc.

–Luego hablamos, ¿vale? –Juliette quería escurrir otra vez el bulto.

–No. Hablamos ahora –respondí tajantemente.

–¿De verdad no sabes lo que me pasa? –me preguntó con voz temblorosa–. Estamos a no sé cuántos miles de kilómetros de la Tierra, ¡totalmente aislados! Ya sé que voté a favor de desconectar las cámaras, pero ¿a quién se le ocurre cortar totalmente las comunicaciones con la Tierra?

–Era la única forma de…

–Sí, ya lo sé. Era la única forma de que no nos presionaran para volver a conectar las cámaras. “Si no pueden hablarnos, no pueden amenazarnos” –dijo con un tono de papagayo que me irritó bastante.

En realidad sólo habían pasado dos semanas desde que decidiéramos cortar las conexiones con la Tierra. Confieso que fui bastante hábil a la hora de manipular aquella votación. Primero votamos el paquete completo: cortar cualquier tipo de comunicación (tanto por cámaras como telegráfica). El resultado fue de dos a dos; los hombres a favor, las mujeres en contra. Para deshacer el empate, propuse votar por partes, pues sabía que Juliette estaba deseando desconectar las cámaras. Se aprobó dicha medida y fue Mariam quien, furiosa por el resultado, cambió su voto, haciendo posible que se cortaran también las comunicaciones telegráficas. Juliette y Mariam no habían vuelto a dirigirse la palabra desde entonces.

–Lo que no sé –concluyó Juliette– es porque estáis tan convencidos de que van a enviar una segunda misión.

–Eso también te lo he explicado ya: por supuesto que van a volver. No pueden dejar que nos muramos sin más. ¡Todo el mundo en la Tierra sabe que estamos aquí! Alguien hará algo por nosotros. Están los Organismos Internacionales en favor de los Derechos Humanos, las ONG´s, los presidentes de nuestros países y, por supuesto, los de SpaceX. ¿Imaginas los efectos sobre su imagen corporativa? La segunda misión llegará antes incluso de lo que esperamos, ya verás.

–Bueno, puede que tengas razón, pero…

–¿Pero qué?

–Pues que también me preocupa tener que pasar en Marte el resto de mi vida…

–Ése es otro tema. Y ya lo sabías antes de embarcarte. Llevamos sólo dos meses, ¿ya te estás arrepintiendo?

–Sí, ya me estoy arrepintiendo, ¿qué pasa? En su momento me pareció una buena idea y ahora me parece el mayor error de mi vida.

–Tuviste catorce años para pensarlo. Además, tú misma dijiste en el casting lo horrible que te parecía vivir en la Tierra.

–Bueno, estaba pasando una mala racha… La verdad es que toda mi vida ha sido una especie de mala racha… Lo que no entiendo es cómo me seleccionaron después de todo lo que dije. “Resiliencia, adaptabilidad, curiosidad, capacidad de confiar en los demás y creatividad”. Para mí que sólo buscaban a personas que no estuvieran locas de remate. Quiero decir, hay que estar un poco loco para querer huir para siempre de tu planeta, ¿no?

–Supongo, pero nadie nos obligó a hacerlo –insistí.

–En eso tienes razón. ¡Me siento tan estúpida! Pensé que aquí podría empezar de cero. En la Tierra había llegado tan alto… –Empezó a contarme su vida; desde sus “humildes” orígenes hasta su lucha por convertirse en una prestigiosa creativa publicitaria. Yo ya conocía la historia, Franz me la había contado, por lo que no presté demasiada atención. Además, me aburren profundamente las historias de superación personal: no puedo evitarlo–. Pero, claro –prosiguió–, ¿de qué sirve todo eso en un planeta donde lo único que importa es el físico? –La segunda parte de su discurso era de tipo moral. Juliette era de esas personas que aman a todos los seres vivos menos a los humanos–. Por ser vegetariana me quedé así, ¿no te parece irónico? Preferí la belleza moral antes que la física… y ya ves el resultado. Mira qué arrugas, ¡y sólo tengo cuarenta años!

Se llevó la mano a la sien y aproveché para observarla detenidamente. No puede decirse que fuera guapa, pero tampoco era un adefesio. A mi modo de ver estaba demasiado delgada y tenía el culo demasiado plano. Su pelo empezaba a cubrirse de canas y, para colmo, se le estaba cayendo (no podía negarlo, había evidencias por toda la nave). Pero, a pesar de todo, tenía una sonrisa bonita, aunque casi nunca sonreía. Sus intentos por seducir a Franz habían sido tan patéticos como infructuosos. Lo había intentado primero presumiendo de su éxito y luego tratando de dar pena. ¿Cómo se puede pretender conquistar así a alguien? En ese momento me di cuenta de que empezaba a utilizar conmigo los mismos métodos, y una pregunta vino a mi mente de forma involuntaria. ¿Y si Juliette y yo fuéramos las dos únicas personas sobre la faz de Marte? Suposiciones aparte, Franz prefería a Mariam (y yo también). Por desgracia, La Diosa de Burkina Faso no estaba interesada en ninguno de nosotros. ¡Vaya fiasco para los ideólogos del proyecto Mars One! ¡Un Gran Hermano sin sexo!

–Bueno, estoy harta de hablar de mí. –Juliette me sacó de mis ensoñaciones–. Tú nunca cuentas nada. A ver, ¿por qué estás aquí?

–No hay mucho que contar. Siempre me ha gustado vivir experiencias nuevas. No soporto las rutinas, necesito aventuras en mi vida… –Hablé durante largo rato sobre mi vida y mi visión del mundo. Era un viejo discurso que, con el tiempo, se había vuelto bastante inconsistente, cuando no totalmente falaz. Pero Juliette, por muy lejos que hubiera llegado en el mundo de la publicidad, carecía por completo de profundidad de análisis psicológico. Como todo publicista, sabía mucho de la psicología de las masas, pero muy poco de los individuos que rompen con esos patrones. Además, yo había aprendido a sofocar mis lágrimas sin tener que utilizar una almohada.

Mi historia real, no la que le conté a Juliette, se resume en una frase: tengo treinta y cinco años y soy un escritor fracasado. Me dediqué a ello en cuerpo y alma desde que empezamos los entrenamientos hasta que despegó la nave. Durante esos catorce años escribí seis novelas, dos obras de teatro y decenas de relatos cortos y poemas. El ser uno de los primeros terrícolas que iban a viajar a Marte me dio cierto bombo y me permitió publicar algunas obras, aunque casi nadie las compró. Mis editores querían que escribiera sobre mi entrenamiento en las instalaciones de SpaceX, pero yo tenía un contrato de confidencialidad que me prohibía hacer tal cosa. Además, no estaba dispuesto a que nadie me dijera sobre qué escribir. Estaba convencido de que mi plan funcionaría: catorce años viviendo a costa de SpaceX; entrenamiento por las mañanas y tardes libres para escribir. En cuanto mis libros empezaran a venderse, rompería mi contrato con la agencia aeroespacial, alegando cualquier trastorno psicológico o psiquiátrico y… ¡a disfrutar de mi éxito literario! ¿Qué podían hacer? ¿Mandarme al espacio por la fuerza? ¿Arriesgarse a que estrellara la nave con todos los tripulantes dentro, como había hecho aquel piloto alemán en 2015? Simplemente cogerían a otro tío de la reserva y listo.

Por desgracia mi plan no funcionó. Terminó el octavo año de entrenamiento y mis obras seguían cogiendo polvo en algún almacén. Sin duda era el momento de subirse a esa nave. Ni siquiera la posibilidad de escribir el primer libro sobre Marte basado en hechos reales me atraía ya lo más mínimo.

–Quizás ésta sea mi última aventura –dije–. ¿Pero quién te dice que, al ritmo que avanza la ciencia, no será posible despegar desde Marte? Si algo he aprendido en esta vida es que nada dura para siempre. Además, seguro que están como locos por traer a gente dispuesta a seguir las reglas de su Gran Hermano.

–¿Tú crees que nos van a deportar? –preguntó ilusionada.

–No tengo ni idea. Lo único que sé es que han invertido muchos millones de dólares, y que sin las cámaras no van a recuperar la inversión –concluí, más orgulloso que nunca de mi manipulación electoral.

Abril de 2033

Han pasado más o menos seis meses desde la desaparición de Franz y Mariam. Se fueron en el rover una mañana y no volvieron. Mariam insistió en explorar un poco la zona y Franz la siguió como un perrito faldero. Ni siquiera creo que llegaran muy lejos. Pagaron cara su osadía.

Pienso mucho en ellos. Mariam era una mujer admirable. Tenía dieciocho años cuando empezó el casting en 2013. De la noche a la mañana pasó de emigrante subsahariana anónima y sin papeles a superestrella a nivel mundial. El periódico británico Daily Mirror se refirió a ella como La Diosa de Burkina Faso. Los de Mars One fueron muy hábiles al elegirla. Intenté convencerla de que no viniera a Marte, pero se mantuvo firme. “Ya has conseguido la nacionalidad estadounidense –le decía–. Si no quieres volver a tu país, puedes quedarte aquí. Eres una estrella, podrías vivir de ello: tú y toda tu familia. ¿Por qué no te los traes? El público también querrá conocerles… ¿Qué opinan ellos de todo esto?”. “No quieren que vaya, pero no lo hago por ellos, ni siquiera por mí. Ahora soy un icono para todos los africanos y no puedo defraudarles. Seré la primera mujer africana que viaja al espacio”. Siempre he admirado a las personas capaces de sacrificarse por un ideal (por incomprensibles que me parezcan la mayoría de esos ideales). Aún me estremezco al recordar sus palabras. Luego la imagino congelada en algún punto de este maldito planeta.

Nadie echará de menos a Franz. Estaba solo en el mundo: su mujer había muerto de cáncer y no tenía hijos. Un ingeniero mecánico prejubilado a los cincuenta y cinco años. ¿Su crimen? Haber nacido en Alemania. Después de las medidas tomadas por sus últimos presidentes, los alemanes han perdido la escasa popularidad con la que entraron en el siglo XXI. Por mi parte, me opongo fervientemente a que se juzgue a una persona en función de lo que hagan los dirigentes de su país. Franz era un buen tipo. Un poco pesado a veces, sobre todo cuando me hablaba de pueblos costeros españoles en los que yo jamás había estado, pero un buen tipo. Al menos sé que murió feliz junto su Diosa de Burkina Faso. Creo que estaba sinceramente enamorado de ella. También pienso mucho en él.

29 de octubre de 2035

Han pasado dos años desde la desaparición de Franz y Mariam. Juliette y yo hemos cambiado nuestros nombres por los de Adán y Eva. Por desgracia, Marte se parece poco al Jardín del Edén.

Somos como cualquier otra pareja. Discutimos de vez en cuando, pero nos queremos. Lo ocurrido en este tiempo queda en la intimidad de nuestro hogar. Si queréis carnaza, sólo tenéis que encender la televisión. Seguro que pilláis algún resumen del Gran Hermano 54.

Ayer nos despertaron en mitad de la noche. Eva se cubrió hasta la cabeza con la sábana, así que me tocó atender a nuestros visitantes. Éstos llegaban en un momento providencial: se nos estaba terminando la comida. Dos españoles de veintitantos años. Supongo que pensasteis que sería más razonable con mis compatriotas, ¿verdad? Uno llevaba una cámara con linterna incorporada y el otro un micrófono. Puedo imaginar la oferta en Infojobs: “Se buscan recién licenciados en periodismo o comunicación audiovisual. Imprescindible buen nivel de inglés y disponibilidad para trabajar en el extranjero por largos periodos de tiempo. Contrato en prácticas con posibilidad de contratación permanente”. No creo que faltaran candidatos.

–¿Por qué cortasteis las comunicaciones con la Tierra? –me preguntó el tipo del micrófono. El imbécil de su compañero me estaba cegando con la linterna.

–Tú acabarás haciendo lo mismo –respondí. El miedo se reflejaba en sus caras, y no les faltaban razones para ello. Para divertirme un poco antes de la masacre, salté de la cama y empecé a agitar los brazos–. ¡Tenéis que quitaros la ropa! ¡Son las reglas de la casa! –Lo hice también para tener algo que comentar con Eva. Después de dos años viviendo solos en un espacio tan reducido, caer en la rutina es inevitable.

El resto de la entrevista ya la conocéis, pues no me cabe ninguna duda de que fue el momento de mayor audiencia en la historia del planeta. ¿Cómo iban a imaginar esos pobres becarios que mi dulce Eva escondía bajo las sábanas un cuchillo de cocina? ¿Y qué esperabais? Teníamos que defendernos: eran ellos o nosotros. Eva y yo queremos pedir perdón a los familiares por lo ocurrido. Aquí no creemos en Dios, sino en Darwin: la lucha por la supervivencia impera en Marte.

Un mes comprendido entre octubre de 2037 y marzo de 2038

Odiados terrícolas. He vuelto a conectar las cámaras para hacer un último comunicado. Anoche maté a Eva. Lo hice mientras dormía, con el cuchillo de cocina. ¿Pero qué estoy diciendo? ¿Yo el único culpable? ¡La lista es interminable! Los de Mars One por plantear esta idea demencial, los de SpaceX por secundarla, todo los que subvencionasteis el proyecto mientras era rentable y luego dejasteis de hacerlo y, por supuesto… ¿Queréis que lo diga? ¿Verdad que no?

Se nos estaban acabando las provisiones. ¿Acaso tenía otra alternativa? ”Haberte matado tu primero”. Escucho vuestra respuesta como si me la gritarais al oído. ¿Y quiénes sois vosotros para juzgarme? ¿Sabéis lo que es vivir cinco años encerrado con la misma persona?

Eva no habría sobrevivido aquí sin mí. Habría muerto de pena. Reíros si queréis, pero es verdad. ¡No tuve más remedio! Pensé que no lo soportaría, que me suicidaría inmediatamente después, pero soy demasiado cobarde. De todas formas pronto moriré de hambre o de sed. Lo habéis conseguido. El Gran Hermano definitivo. Sólo puede quedar uno…

Y lo peor es que no podré disfrutar de mi éxito. ¿Cómo que qué éxito? La lectura televisada de este relato se convertirá en el nuevo momento de mayor audiencia. ¿Tendréis la integridad moral de no emitirlo? Me río sólo de pensarlo. Os reportará beneficios millonarios; si no lo hacéis vosotros, lo hará alguien de la competencia. Y luego vendrán los editores, como aves carroñeras que son, a pelearse por los derechos para publicarlo. Venderé millones de ejemplares, pero no podré disfrutar de mi éxito. C´est la vie.

Mi novela Los extranjeros está disponible en tapa blanda y en versión eBook:

UNA NOVELA SOBRE MOCHILEROS EN EL SUDESTE ASIÁTICO: DEL HEDONISMO SIN LÍMITES A LA ESPIRITUALIDAD DEL VIPASSANA Y EL BUDISMO

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