
Mi padre quería tener un hijo, pero mi madre no le veía preparado. Mi abuelo, desesperado, les insistía cada vez que lo visitaban:
–¡No quiero morirme sin que me deis un nieto!
Mi madre callaba, por respeto a su suegro, y mi padre callaba a secas hasta que un día explotó:
–¡Tú no decides sobre nuestra vida, papá! Tendremos un hijo cuando nos dé la gana. Puede que no lo tengamos nunca, ¿entendido?
Ahora me veo en la misma situación que mi padre, y a menudo le pregunto cómo consiguió convencer a mi madre.
–Yo no te lo puedo explicar, hijo. Pero de momento vas por mal camino. ¡Y no quiero morirme sin que me deis un nieto!