
La presión la obligó a cerrar los ojos y a meterse en la boca la polla del stripper. No era una polla bonita, ni gorda, solo alargada, escurridiza y húmeda, como una culebra mudando la piel.
La presión del vestido que habían elegido para ella, la presión de la cerveza, la presión de la música y los focos.
La presión de la fidelidad eterna.
La presión de aquella mano sobre su nuca, la presión de las venas hinchadas, la presión de la bomba a punto de explotar.
La presión de los gritos y los aplausos, la presión de los primeros flases.
La presión la obligó a apretar las mandíbulas, apresando a la culebra con la ciega violencia de un cepo.