
Analizando la crisis
Sentimos que somos personas diferentes de puertas para afuera y para adentro, lo cual crea una discrepancia entre nuestro comportamiento y nuestro “yo” interior.
OLIVER ROBINSON, autor del Holistic model of early adult crisis
La lucha entre tu “yo” rebelde y la versión responsable de ti mismo nunca estuvo más presente. Por eso los 30 son, en cierto sentido, una segunda adolescencia.
IULIA CRISTINA, 5 Instances That Prove 30s-Life Crises Are Very Much A Real Thing (artículo aparecido en Elite Daily, “el destino digital definitivo para mujeres milenials que están descubriendo el mundo, y a sí mismas en el proceso”)
Varias personas me han comentado recientemente que les gustaría empezar a escribir. En mi artículo 4 errores que cometí con mi primera novela, expliqué que no soy uno de esos autores iniciados a edades tempranas. Aun así, considero que mi aproximación a la escritura ha seguido el cauce habitual: primero leer muchísimo y luego escribir.
Las personas que me han contactado no podrían tener perfiles más diferentes en cuanto a formas de ser y a trayectorias profesionales y personales. De hecho, una mirada superficial me hizo concluir que lo único que tenían en común era, precisamente, el no haber sido grandes lectores. Pero, profundizando un poco más, caí en la cuenta de lo que de verdad les unía: todos tenían edades comprendidas entre los 30 y los 35.
Este artículo está dividido en dos partes que se publicarán por separado. En la primera mitad, analizaré el conflicto interno y las manifestaciones externas de la crisis de los 30, valorando las opiniones y consejos de los expertos bajo mi prisma de treintañero. En la segunda, aportaré mi propio remedio contra la crisis y responderé a quienes buscan acercarse a la escritura a partir de los 30 años y por cauces no habituales.
La crisis de los 30 como conflicto interno
Nos encontramos ante un fenómeno relativamente moderno, que no ha adquirido aún la importancia de su hermana pequeña (la adolescencia) ni de la mayor (la crisis de la mediana edad). A día de hoy, existen más artículos de opinión (como el mío) que estudios rigurosos. El más interesante y ambicioso es el Modelo Holístico sobre la crisis los 30, realizado en el año 2013 por el doctor en psicología Oliver Robinson.
Entraré a fondo en el Modelo holístico un poco más adelante. Por el momento, quisiera señalar algo evidente: las personas más vulnerables a sufrir la crisis de los 30 son las que tienen una educación superior (principalmente universitarios), fuertes deseos de triunfar y un concepto idealista de cómo debería ser su vida. Como tantos otros conflictos psicológicos, la crisis de los 30 es un fenómeno occidental que golpea con contundencia a los sectores “ilustrados”. Por supuesto, tiene más que ver con la cultura y la sociedad que con la biología. La frustración, la angustia y el vacío existencial se engloban dentro de los llamados “problemas del primer mundo”.
La crisis de los 30 afecta a todos los ámbitos de nuestra vida, principalmente a tres: el trabajo (¿gano lo suficiente? ¿debería cambiar de trabajo? ¿me llena hacer lo mismo todos los días?); las relaciones de pareja (¿debería seguir con esta relación? ¿deberíamos comprar una casa? ¿deberíamos tener hijos? Y, en caso de estar soltero, ¿no debería buscar pareja y sentar la cabeza?), y las relaciones de amistad (¿por qué no quedamos tanto como antes? ¿me aportan algo los planes que hago con mis amigos? ¿son ellos los que han cambiado o soy yo?).
El choque entre la realidad y las expectativas sociales y personales nos sume en un estado de frustración, angustia y vacío existencial. En otras palabras: a los 30 hacemos por primera vez balance de nuestra vida, y el resultado no suele ser positivo.
Las cuatro fases del Modelo Holístico
El doctor Robinson maneja la siguiente definición de crisis: “Episodio de la vida profundamente complicado y estresante que actúa como un punto de inflexión, seguido de un periodo de cambio“. Para su Estudio Holístico reunió a un grupo mixto de 50 londinenses con edades comprendidas entre los 25 y los 35 años. Cada uno de ellos debía hablar sobre su crisis personal ciñéndose a tres condiciones: que se ajustara a la definición del doctor Robinson, que estuviera superada y que hubiera durado más de un año.
Fase 1. Atrapado
La persona ha ido adquiriendo una serie de compromisos (principalmente laborales y conyugales) y se siente atrapada. Un detalle importante: en esta fase se detecta un aumento de actividades compulsivas como el consumo de alcohol y otras drogas.
Fase 2. Distanciamiento
La persona despierta de su letargo y empieza a distanciarse, física y mentalmente, de dichos compromisos. Esta fase se divide en dos subfases:
2a) Separación: la persona ha perdido su antigua identidad, pero todavía no ha adquirido una nueva que la reemplace. Se experimenta una gran confusión y ansiedad.
2b) Periodo de break: la persona se toma un tiempo para reflexionar sobre su situación, enfrentarse a emociones dolorosas y desarrollar una nueva identidad adulta. Este periodo está marcado por la evasión (se evita a toda costa adquirir otros compromisos y objetivos).
Fase 3: Exploración
La persona busca nuevas formas de desarrollar una vida más alineada con su identidad, sus valores y sus aspiraciones.
Fase 4: Reconstrucción
Se adquieren nuevos compromisos a largo plazo, más satisfactorios y, esta vez sí, basados en nuestros intereses personales. El trabajo y la vida familiar se vuelven más satisfactorios.
Y vivieron felices y comieron perdices…
Veinteañeros vs treintañeros
¿Cómo detectar la crisis de los 30? Uno de los signos más claros es la obsesión con los veinteañeros. Los treintañeros odiamos su juventud y su belleza. Envidiamos su despreocupación ante la vida (incluso su ignorancia, que les permite ser plenamente felices). Como triste consuelo, hemos creado una serie de falacias que, a menudo, se contradicen entre sí: “un treintañero es más interesante que un veinteañero”, “¡si pudiera volver atrás con todo lo que sé ahora!”, “el sexo es mejor a los 30”, “los 30 son los nuevos 20”, etc, etc.
Nos comparamos con ellos constantemente, los examinamos con lupa, los criticamos, intentamos sin éxito parecernos a ellos. ¿Y qué opinan ellos de nosotros? Absolutamente nada. No existimos, somos invisibles. Cualquier treintañero que haya entrado en una discoteca frecuentada por universitarios sabe perfectamente a qué me refiero. El hecho de que nos ignoren nos pone todavía más furiosos.
Muchos de ellos perciben un sueldo de sus padres sólo por estudiar, lo cual los convierte en los seres más envidados de la sociedad. No estoy hablando por hablar: vivo en una zona universitaria y los veo por todas partes. Sentados en las terrazas de Moncloa y en los aledaños del ICADE. Alrededor de un cubo de botellines, a cualquier hora del día, los siete días de la semana. Escucho sus conversaciones. Tomo nota (mental) de sus inquietudes y sus dudas existenciales (no tan diferentes de las mías cuando yo era uno de ellos). Volver a clase o esperar una hora más. Pedirse o no pedirse otro cubo de botellines. Empezar a estudiar este lunes o el próximo. Salir de fiesta hoy o reservarse para mañana.
¿Quién puede negar que los veinteañeros se encuentran en la cresta de la ola? Inmersos en un interminable Carpe Diem, surfean por encima de la adolescencia y la treintena, dos épocas confusas que les parecen igualmente lejanas.
¿Quién me ha robado la dignidad?
Un treintañero es como un chimpancé en una sastrería: por muchos trajes que se pruebe, no encontrará ninguno a su medida. Los solteros, con sus camisetas de Ramones y sus Converse All Star, se sienten como piezas de museo en la discoteca. Las parejas de treintañeros saquean el Decathlon para subir a la Pedriza o pasear por Madrid Río. Las mallas de ciclista y los vaqueros pitillo nos aprietan demasiado; los pantalones “cagados”, las sudaderas con capucha y las gorras nos hacen parecer “policías secretas”.
La cosa no mejora en la siguiente década. Los tópicos asociados a la crisis de la mediana edad –la Harley Davidson, los amantes más jóvenes– no apuntan precisamente en el sentido de recuperar la dignidad. Durante la crisis de los 40 renunciamos definitivamente a los sueños de nuestra juventud: tiramos la toalla respecto a cualquier posibilidad de cambio. Esto puede parecer triste (y lo es), pero también nos libera de ese peso que nos oprime a los treinta.
La buena noticia es que la pérdida de la dignidad (a diferencia del deterioro físico) no se rige por las leyes de la caída libre. Alcanza un valle en la década de los 50, tras el cual inicia un breve ascenso.
Efectivamente, al llegar a los 60 echas la vista atrás y descubres que no lo has hecho tan mal. Has renunciado a un montón de cosas, sí, pero ha sido en favor de otras. En cualquier caso, estás al borde de la jubilación y ya no tienes que dar explicaciones a nadie. Puedes salir a hacer deporte sin parecer un farsante. Puedes dedicar tu tiempo libre a lo que quieras sin sentir que lo estás malgastando. Las cervezas saben mejor, porque te las has ganado. Por primera vez en tu vida, las cuentas del balance te salen positivas.
Los remedios de los psicólogos
En el Modelo Holístico se estudia la crisis de los 30 a toro pasado, basándose en testimonios autobiográficos que, tal y como reconoce el autor, podrían estar embellecidos por sus protagonistas. Hemos visto también que el doctor Robinson asocia la crisis a un cambio positivo en las vidas de estas personas. ¿Pero qué ocurre con los que no nos ajustamos al modelo?
El doctor Robinson no tiene soluciones para nosotros. Por eso no me ha quedado más remedio que coger el machete y adentrarme en la jungla de Internet. De las webs “serias” de psicología, he saltado a los “blogs para mujeres millenials”, y apenas he encontrado diferencias.
Entiendo que cada persona es un mundo, y que los psicólogos no pueden dar consejos universales. Además, si uno pudiera tratar sus trastornos buscando información por Internet, ¿de qué vivirían ellos? De los consejos que he encontrado en sus páginas web, he extraído los más relevantes y los he dividido en dos grupos:
Los consejos ACTIVOS coinciden con la fase 3 del Modelo Holístico. Los psicólogos nos recomiendan explorar cosas nuevas con el fin de redefinir nuestros valores y prioridades. Este tipo de consejos me parecen honrados (hasta cierto punto), ya que te hacen ver que la solución podría estar en tus manos.
Los consejos PASIVOS, por el contrario, van en la línea de aprender a reconciliarnos con nosotros mismos. En otras palabras: nos piden que nos convirtamos en contables corruptos para hacer que nuestro balance vital sea positivo. Entre los consejos PASIVOS yo destacaría tres: aprende a desmitificar la juventud, aprende a asumir el duelo y aprende a estar solo. ¿Y cómo se aprende eso?, os estaréis preguntando. No os preocupéis: los psicólogos os ayudarán “desinteresadamente”. Es un proceso complicado, pero si los visitáis una vez a la semana durante un largo periodo de tiempo… SIGUE LEYENDO