
Con 16 años decidió no comer más. Sus padres explotaron, inicialmente, pero lo dejaron estar. “Ya se cansará”, pensaron.
Vivió varias décadas relativamente feliz, pero sin probar bocado.
Un día, haciendo caso omiso de los médicos, intentó romper su abstinencia.
El aparato digestivo no le respondió.
Ahora vive permanentemente hambriento.