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Gestionar el silencio

El ruido es la consecuencia directa del esfuerzo de la gente por luchar contra la naturaleza de las cosas. El ruido es el accidente que acompaña a los comportamientos impropios. Nos estrellamos, de ahí el ruido. Dejad que las cosas sigan su curso y acabaremos de una vez por todas con este ruido insoportable.

RAY LORIGA, Trífero

Damián y yo venimos de dos galaxias diferentes. Él es hijo del silencio y yo del ruido. A veces importa poco que coincidamos en todo lo demás. Trabajadores precarios con títulos universitarios. Abuelos campesinos que lucharon en una guerra donde SÍ hubo buenos y malos. Padres de clase media-alta que se tragaron el cuento de la transición. Mismos referentes políticos. Concepciones idénticas del mundo. El compromiso inquebrantable de luchar por una sociedad más justa. Una ideología férrea, sin fisuras… Desgraciadamente, la manera de gestionar el silencio puede suponer un auténtico abismo entre dos personas. Lo digo por experiencia.

Damián siempre me cuenta sus problemas a posteriori, cuando ya están resueltos o no tienen solución. A él le parece lo normal: le han educado así. La comunicación en su familia es poco menos que inexistente. Si alguien tiene un problema, intenta solucionarlo por su cuenta, sin inmiscuir a nadie. Tratar temas personales en público se considera un signo de debilidad. Así de crudo y así de simple.

Mentiría si dijera que es fácil convivir con alguien de otra galaxia. Damián y yo hemos estado varias veces al borde de la ruptura. Hemos sufrido crisis de todas las formas, tamaños y colores, pero ninguna tan intensa y duradera como la última. Movida por una situación desesperada, hice algo que chocaba frontalmente con nuestros principios de libertad y respeto. Y como toda acción, tuvo su reacción. Y como toda reacción, tuvo su contrarreacción. Y como ocurre con las bombas atómicas, se acabó produciendo una reacción en cadena que escapó por completo a nuestro control.

La crisis empezó con aquellos talleres para combatir la masculinidad tóxica. Todo ese rollo de la Gestalt nos pareció demasiado burgués, pero el tema preocupaba mucho en la Plataforma, especialmente tras lo ocurrido con Ricardo y Nuria.

Las consecuencias no se hicieron esperar. Los gatillazos de Damián no fueron los únicos, pero las demás parejas no lo gestionaron tan mal. O quizás sí, ¿quién sabe lo que ocurre en una relación de puertas para adentro? Damián se disculpó como si hubiera cometido el peor de los crímenes y lo achacó al estrés producido por el trabajo y por el desalojo inminente del centro social. Yo me mostré comprensiva, tratando de quitarle hierro al asunto. Pero Damián es obsesivo y cabezón a más no poder.

Lo intentamos sin éxito todos los días durante una semana. Luego, tras un breve parón, me propuso “romper con la monotonía”. Me sugirió nuevas posturas y prácticas sexuales. A algunas me negué rotundamente, lo cual desembocó en nuevas discusiones. La cosa funcionó temporal y ocasionalmente, pero los gatillazos volvieron con fuerzas renovadas. Terminamos tan quemados que, de manera tácita, renunciamos al sexo hasta nueva orden. Durante más de dos meses fingimos que una pareja puede funcionar dejando de lado esa faceta. Nos entregamos en cuerpo y alma a las actividades de la Plataforma y a pensar en cómo parar el desalojo. Pero la ausencia de sexo pesaba sobre nuestra relación como una losa de varias toneladas.

¿Me estaría engañando con otra? Una tarde me escapé del laboratorio antes de tiempo y volví a casa dispuesta a encontrar pruebas. Damián usaba la misma contraseña para todas sus cuentas. Me la dijo una vez por una emergencia de trabajo y, aunque le prometí borrarla de mi mente, fui incapaz. Accedí sin problema a sus redes sociales y a su correo electrónico. No encontré nada fuera de lo normal. Ninguna conversación con gente ajena a la Plataforma. Estaba a punto de darme por vencida cuando se me ocurrió abrir su historial de búsqueda y… ¡Eureka!

Tardé unos minutos en asimilar lo que tenía ante mis ojos. Damián llevaba dos meses visitado páginas porno a diario. Cuando le conocí, solía ver vídeos ocasionalmente. Pero después de aquellas conferencias sobre Porno y Dominación masculina había cortado su costumbre de raíz. O eso me había dicho. Abrí algunas páginas al azar y me quedé sin aliento.

Todos los vídeos contenían alguna violación. Por supuesto eran actores y actrices, pero eso no cambiaba el hecho de que mi chico tuviera unos gustos absolutamente desviados. No pude pasar por alto un detalle: el físico de las actrices (rubias, pelo largo y liso, tetas operadas y labios gordos) estaba en las antípodas del mío. Las situaciones eran zafias, inverosímiles y, por encima de todo, humillantes para la mujer. Abordadas en callejones, ellas se resistían en un principio, pero acababan disfrutando, incluso tomando la iniciativa. ¡Se retorcían de placer mientras aquellos machos musculosos las violaban!

Intenté tranquilizarme. ¿Y si Damián estaba preparando alguna conferencia? ¿Acaso no tenía la máxima de “no hablar de temas que no dominaba a fondo”? Deseché la idea por absurda. Sabía que me estaba engañando a mí misma. Muerto ese último resquicio de esperanza, me invadió una sensación de profunda decepción.

–He mirado el historial de tu ordenador –le solté en cuanto entró por la puerta.

–¿Es así como entiendes la libertad y el respeto en una pareja? –me preguntó mientras dejaba el abrigo en el perchero.

Damián nunca pierde la calma en las discusiones. Es su truco para sacarme de quicio, y debo decir que funciona a la perfección.  

–¿¡Se puede saber qué haces viendo vídeos de violaciones!? –le grité.

En ese momento me desarmó completamente. Me miró fijamente a los ojos y me dijo:

–Lo siento, cariño. Me he convertido en un adicto.

Se acercó al sofá y me abrazó, conteniendo las lágrimas.

–No te preocupes, Damián. ¿Todavía me quieres?

–Claro que sí, Sara.

–Entonces no hay por qué preocuparse. Lo superaremos juntos.

–Sí, lo superaremos juntos…

Pronunció las últimas palabras con la mirada perdida. Estaba maquinando algo. Se puso en pie y empezó a pasear nerviosamente. Fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua y volvió al salón.

–Voy a contarlo en la Plataforma –me soltó como si nada.

–Estás de broma, ¿no?

–Ya sabes que no me gusta bromear con cosas serias, Sara. Y mucho menos airear mis problemas en público. Pero esto no es un problema personal, sino estructural. Acuérdate de lo que pasó con los primeros desahucios.

–No me parece comparable, cariño. Mira –proseguí, cogiéndole de la mano–. Lo más difícil ya está hecho. Has dado el primer paso. ¡Lo superaremos juntos, ya verás!

–Eso fue lo que pensaron todos aquellos desahuciados. “Es culpa nuestra. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Mantengamos en casa nuestras vergüenzas”.

–Mira que eres cabezón.

Le solté la mano y me coloqué al otro lado del sofá.

–Prefiero ser cabezón a ser…

–A ser ¿qué?

–Déjalo. Ya hablaremos cuando estés más calmada.

–Te lo advierto, Damián. Si cuentas en público nuestros problemas sexuales, hemos terminado.

–No entiendo por qué te pones así, Sara.

–Claro que lo entiendes. ¡Lo entiendes perfectamente!

–De verdad que no. ¿Podrías explicármelo sin gritar, por favor?

–¿Quieres airear nuestros problemas? Entonces tendré que contar lo de la violación.

–No fue una violación –me respondió sin dudarlo ni un instante. Aquello fue la gota que colmó el vaso.

–¿Qué has dicho?

–Nada. Vamos a dejarlo ¿vale? Hablemos mejor cuando estés más tranquila.

–De eso nada, Damián. ¡Esta vez no vas a dejarme con la palabra en la boca!

–Cuando te pones así es imposible hablar contigo, Sara. Me voy a dar una vuelta.

Me encendí un cigarrillo en cuanto salió por la puerta. Llevaba meses sin fumar, pero en ese momento lo necesitaba. Damián me había dejado, no sólo con la palabra en la boca, sino al borde de un ataque de nervios. Me temblaba todo el cuerpo. ¿Cómo se atrevía a negarlo? ¡No hablar de un tema no implica que no haya ocurrido! Era un acuerdo tácito, para salvar nuestra relación. Me sentí doblemente culpable: por no haber hablado entonces y por plantearme el hacerlo ahora.

Pensé en Nuria, que tuvo el valor de denunciar a Ricardo en una asamblea. No lo llevó ante los tribunales porque tenía todas las de perder. Ricardo fue expulsado de inmediato; y, aunque no hubo más denuncias públicas, el ambiente en el centro social se enrareció. Se instauró el silencio en torno a nuestras relaciones de pareja. Para mí quedó muy claro lo que ocurría: Nuria no había sido la única, ni mucho menos. ¡Qué afortunada me sentí entonces! ¡Qué orgullosa de haber encontrado a alguien como Damián! ¡Qué cobardes mis compañeras! ¡Qué cómplices sus silencios!

Pero todo cambió después de aquella noche. Empecé a guardar en casa mis vergüenzas, igual que mis compañeras. Me autoconvencí de que había sido un desliz y de que no volvería a ocurrir. ¿Pero cómo imaginar que sería capaz de mirarme a los ojos y negarlo? Me había empujado a un punto de no retorno. Aunque finalmente no hiciera pública su supuesta adicción al porno, yo me sentía obligada a contar lo de la violación. Y una vez abres la caja de los truenos, no es tan sencillo volver a cerrarla. ¿O quizás sí? ¿Y si seguía guardando silencio? ¡Nadie tenía por qué enterarse! Me entraron dudas y, sobre todo, mucho miedo. Me enfrentaba al mayor dilema de mi vida. Debía elegir entre mi relación y mis ideales.  

Damián no volvió a casa a dormir. Nos encontramos directamente en la reunión de la Plataforma al día siguiente. Me dolió verle tan descansado cuando yo no había pegado ojo en toda la noche. No estaba al cien por cien convencida (y mucho menos orgullosa), pero había tomado la decisión de guardar silencio. Mi única línea roja era que él hiciera lo mismo. Si destapaba su afición al porno, significaría que había apostado por sus ideales. No podía culparle por ello, pero sería el fin de nuestra relación.

La asamblea comenzó sin que tuviéramos tiempo de saludarnos. Oí hablar sobre el desalojo como quien escucha llover. El centro social por el que habíamos luchado durante años no me importaba ya lo más mínimo. Sólo me preocupaba lo que pudiera decir o no decir Damián.

Finalmente, acabado el tiempo de intervenciones, Damián subió al estrado. Hice un esfuerzo sobrehumano por contenerme. Quería gritarle que volviera a su sitio y que no lo mandara todo a la mierda por su cabezonería.

–Si no os importa aguantar un rato más –dijo–, me gustaría compartir algo con vosotras. –Cogió aire y lo soltó–: Sara y yo hemos tenido problemas graves últimamente.

Siete años de relación tirados por el retrete. ¡Y encima era yo la que se sentía culpable!

–El otro día violé a Sara –prosiguió, para sorpresa de todos los que estábamos en esa sala–. Ella estaba dormida y yo… continué. En cuanto se despertó, me dijo que parara, y lo hice, pero….

Hubo un clamor generalizado de gritos e insultos. Tony y Luis se levantaron de sus sillas. Los vi caminar hacia Damián con actitud amenazante. Al ver a mi chico en peligro, salí a defenderle instintivamente. Subí al estrado y les grité que se sentaran.

–Ya que Damián ha roto el silencio, ¿alguien quiere contar algo más? –les pregunté, desafiante.

Nadie tenía nada que decir.

–¿Estáis seguras?

Silencio.

Cogí a Damián de la mano, bajamos del estrado y nos dirigimos hacia la salida. Me despedí dando un portazo, sabiendo que no volvería a ver a todas aquellas personas.

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