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Ekaterina

José Antonio salió tan cabreado del mitin que no le dirigió la palabra a Oswaldo en todo el trayecto. ¡Un giro estratégico hacia el centro! ¡Más tolerancia con los inmigrantes ilegales! Cada vez eran menos los que, como él, defendían sin complejos la línea dura del Partido.

Oswaldo aparcó el coche y se quedó hablando con Nancy, que había salido a recibirles a la puerta. “Dios los cría y ellos se juntan”, pensó José Antonio mientras caminaba nervioso hacia su habitación. La encontró tumbada en la cama, viendo la televisión.

–Siento lo de esta mañana –le dijo–. Lo he estado pensando y quiero que la niña se llame Ekaterina, como su madre.

UNA NOVELA SOBRE MOCHILEROS EN EL SUDESTE ASIÁTICO: DEL HEDONISMO SIN LÍMITES A LA ESPIRITUALIDAD DEL VIPASSANA Y EL BUDISMO