El relato corto es un artefacto complejo. Mantener la tensión y la intensidad; ceñirse a la IDEA, eliminando todo lo superfluo; no salirse, en definitiva, de la estrecha senda por la que debe discurrir, es mucho más complicado de lo que parece. En este artículo quiero delimitar, usando una brocha bastante gorda, los límites del Relato Corto.
Los Límites del Relato Corto
Mi primer consejo –aplicable a cualquier disciplina o género artístico– es que leáis un montón de historias cortas y os impregnéis con la sabiduría de los grandes escritores (algunos son mejores consejistas que cuentistas). Leer es una condición necesaria –ni mucho menos suficiente– para ser un buen escritor.
Dicho esto, debo confesar una cosa: cuando empecé a escribir relatos cortos, apenas había leído ninguno. A día de hoy, el número sigue siendo irrisorio en comparación con el de las novelas (máxime si comparamos la longitud de éstas con la de aquéllos). La razón es muy sencilla. Si me pidieran que nombrara cinco cuentos que me hayan marcado, tendría que hacer un gran esfuerzo para no dejar uno o dos espacios en blanco. Con el relato corto me ocurre lo contrario que a muchas personas con el fútbol: disfruto muchísimo más haciéndolo yo que viendo cómo juegan otros.
Los autodidactas como yo debéis haceros a la idea de que el camino no va a ser fácil. Cometeréis todos los errores imaginables y os saldréis constantemente de la senda del relato corto. A continuación, intentaré definir las lindes de un camino tan estrecho y pedregoso como el del cuento.
1. No es una novela
La acción empieza en la primera línea. No aburras al lector con descripciones físicas o psicológicas del personaje principal, y mucho menos de los secundarios. La extensión del relato corto es limitada. No hay tiempo para conocer la rutina del protagonista antes de sufrir el revés del destino (lo que Aristóteles llamaba peripeteia). Asegúrate de que se duche y se cambie de muda esa mañana, porque no va a tener tiempo en el transcurso del relato.
Si en una novela conviene recortar constantemente, al escribir relatos cortos es una obligación. Ante la más mínima duda, borra. Si un párrafo no aporta demasiado a la historia, desliza el cursor sobre él y pulsa el botón de “suprimir”. Si una frase frena el ritmo o lo acelera innecesariamente; si es demasiado larga en comparación con las demás, bórrala. Si una palabra te chirría, ¡abajo con ella!
2. No es una canción ni un poema
Una emoción no basta para sustentar un relato. Esto no significa que no deba emocionarnos, pero no se te ocurra sentarte a escribir un cuento sin una IDEA. Traspasar los límites es peligroso, ya que uno acaba librando batallas de otros sin disponer de sus armas. El poema y la canción se apoyan en el ritmo y la rima, y pueden funcionar sin una idea detrás (la lista de ejemplos es interminable), apelando simplemente al oído o al corazón.
Por otra parte, si el relato contiene más de una idea perderá parte de su fuerza. Una IDEA no implica un solo significado. Una de las grandes armas del cuento es precisamente su poder simbólico, su capacidad para adquirir múltiples significados dependiendo de cada lector. Como ocurre con la estructura de un edificio, la IDEA no tiene por qué estar a la vista, pero todo se vendrá abajo si decidimos construirlo sin ella.
¿Y con qué material debo fabricar el armazón de mi relato? El abanico de posibilidades es infinito. La IDEA puede tener una base filosófica o moral o ser un hecho cotidiano abordado con una mirada nueva. Puede desarrollarse en un terreno mágico que desafíe las leyes de la física o en la realidad más mundana. Lo importante es que el relato se transvase a sí mismo, que el contenido se desborde por las paredes del continente, que haya mucho más de lo que parece a simple vista. La temática de un buen cuento, por muy particular o local que aparente ser, acaba adquiriendo un carácter universal y atemporal.
3. No es un cuadro impresionista ni una fotografía
A este punto llegué a partir de una experiencia personal. Mis amigos y yo solíamos escribir relatos en torno a un tema y reunirnos para leerlos en voz alta. Aquel sábado se encontraba presente –por azares del destino– una joven y exitosa actriz española que se limitó a escuchar la sesión completa sin decir una palabra.
El tema del día era el fracaso, y la reunión acabó convirtiéndose –de un modo inesperado e involuntario– en una performance metaliteraria. Efectivamente, el contraste entre la exitosa y joven actriz y nosotros –un grupo de fracasados escritores treintañeros– captaba la esencia del tema mucho mejor que nuestros pésimos relatos.
Yo personalmente leí un capítulo de mi novela abortada (véase mi artículo 4 errores que cometí con mi primera novela). En él relataba mi experiencia como botones en un hotel de Londres. Con la excusa de una reunión de personal, iba describiendo a todos mis compañeros, cuyas vidas se ajustaban bastante bien al tema del fracaso. Era un relato muy trabajado; sensible con la realidad social de aquella plantilla multirracial de trabajadores; basado en conversaciones que había mantenido con ellos a lo largo de varios meses…
¿Por qué resultó un fracaso como relato? Las razones son múltiples y variadas: demasiados personajes, ausencia de un final mínimamente memorable, un protagonista pasivo y observador, ausencia de acción, etc.
En un relato no basta con hacer una fotografía y contar minuciosamente lo que vemos en ella, por muy interesante que nos parezca. El cuentista debe percibirse a sí mismo como el amigo que enseña las fotos de sus vacaciones: si no las pasa rápido, corre el riesgo de que el auditorio desconecte.
4. No es una anécdota divertida para contar en un bar
El humor no es, ni de lejos, un elemento primordial del relato corto. La ironía, el sarcasmo o el patetismo pueden ser accesorios para dibujar al protagonista, su visión del mundo o la visión que el mundo tiene de él: eso es todo. El cuento no es un género de entretenimiento. La comedia y el relato corto se rigen por códigos totalmente distintos.
Aclarado esto, me aventuro a hacer la siguiente declaración: la construcción de un relato corto tiene elementos en común con la de un chiste. Mi tesis proviene del humorista Mauro Entrialgo, deudor a su vez de Sigmund Freud. Según el dibujante de cómics, un chiste es un puzle al que quitamos alguna de las piezas, y la risa proviene de la satisfacción del oyente al resolver el acertijo. Así las cosas –aquí viene mi aportación–, tanto el chiste como el relato corto son artefactos pensados para que les falten las piezas justas, ni una más ni una menos. Además, al contrario que en las anécdotas de los bares, ambos rehuyen los hechos reales y buscan que el final sea memorable.
5. No es un discurso político ni una crítica cultural
¿Es sábado por la noche y estás tirado en el sofá? Te propongo una cosa: llama a un amigo, comprad una botella de alcohol y sentaos a debatir durante horas sobre lo divino y lo humano. Es un plan infalible para pasar una gran noche, pero pésimo como planteamiento de un relato corto. Sólo podrás empeorarlo si el diálogo es en realidad un “discurso encubierto”.
Nos encontramos con este tipo de “diálogos” en muchas novelas: el protagonista tiene algo que decir y el secundario de turno se dedica a darle la réplica para que no hable contra una pared. Existen distintos tipos de “discursos encubiertos”, aunque yo destacaría los siguientes: el político, el filosófico y la crítica literaria y cinematográfica. Todos ellos tienen un elemento en común: al autor se le ha ocurrido una “teoría” más o menos original y quiere gritarla a los cuatro vientos. En las novelas pueden tener un pase, pero en los relatos cortos están totalmente fuera de lugar.
Los personajes aparecen en el cuento para HACER cosas, NO para DECIR cosas. Los diálogos y los monólogos deben supeditarse a la acción, y no a la inversa. El suspense y el clímax de un relato corto NO son intercambiables con los de un discurso. Si estáis tan enamorados de vuestra teoría, os recomiendo que la reservéis para un ensayo o un artículo periodístico.
6. No es un personaje extravagante
Encerrar a un gran personaje en un relato corto es como meter un pastor alemán en un mini-piso. El cuento le va a impedir desfogarse: es preferible dejar que corra libremente por las abundantes páginas de una novela. En caso contrario, cuando pongas el punto final te mirará con cara de: “¿Ya hemos terminado? ¡Yo aún tengo fuerzas para mucho más!”. Los grandes personajes tienen demasiadas experiencias y reflexiones vitales que aportar.
Un gran personaje tiene también grandes contradicciones. Esto puede resultar una mina de oro en una novela, pero acaba estorbando en un relato corto. Si no es posible mostrar todas sus capas o aristas, es mejor que no las tenga. No hay que abusar de la complejidad psicológica. Si no hay espacio para tensar el arco dramático, mejor utilizar otras armas. Un gran personaje en un relato corto es como una superestrella de Hollywood trabajando con un director sumamente meticuloso, exigente y metódico. Ambos tratarán de imponer su ley, y el resultado será un producto intermedio que no satisfará a nadie. El gran personaje y el relato corto no están hechos el uno para el otro: ambos se merecen algo mejor.