
Regreso descalzo, recorriendo de puntillas el oscuro y gélido pasillo, salvando la inmensa distancia que me separa de la habitación. Agotado, me acurruco en la cama y me cubro con el edredón nórdico, deseando no despertar en años.
—La cisterna está goteando —me dice.
No pienso responder. Asumiré cualquier consecuencia.