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Apología de la Memoria (Contra los cuadernos de notas)

He aquí uno de los mitos de la literatura: a los escritores se nos ocurren buenas ideas constantemente. Algunos compañeros de profesión –jóvenes y no tan jóvenes– lo alimentan paseando pretenciosamente por las calles con sus cuadernos de notas. Los vemos sentados en los cafés y en los bancos de las plazas. Les ocurre lo mismo que al fumador inexperto de marihuana: piensan que las ideas que de pronto les invaden son sumamente originales y profundas, pero intuyen también su fragilidad y volatilidad. Por eso temen que puedan romperse o evaporarse si no las transcriben de inmediato en sus cuadernos. Me pregunto qué opinan de esos apuntes cuando se les pasa el subidón de inspiración.

El problema de los cuadernos de notas es que desafían la tiranía de la memoria y su aristocrático proceso de selección. Las grandes ideas no se olvidan. Si se olvidan quiere decir que no eran grandes ideas. La memoria puede retener algunas malas ideas a corto plazo, pero jamás deja escapar una buena. Por eso tienes que agitar con fuerza el tamiz, esperar un tiempo, volver a agitarlo y así sucesivamente. No obstruyas los agujeros con las hojas de tu cuaderno de notas. ¡Que caigan la arena y las impurezas! No temas perder la pepita de oro, sino confundirla con otras menos valiosas. A largo plazo, la memoria trata a las buenas ideas como el tiempo a las grandes obras: de manera implacable pero justa; sin someterse a las modas ni a las leyes del mercado.

Para preparar este artículo he releído de principio a fin mi primer y último cuaderno de notas. Me lo regaló mi chica hace dos años, el día antes de emprender mi viaje por Irán y Asia Central. Me hizo prometer que escribiría una página cada día y que volvería sano y salvo para entregárselo. Sería absurdo negar que en estos dos años no había olvidado un montón de cosas de las que escribí entonces. Dichas anécdotas tienen un innegable valor sentimental, pero lo que nos atañe aquí es la literatura.

Por eso me he formulado una serie de preguntas ¿Qué porcentaje de mi Diario de la Seda contiene ideas reciclables para futuros escritos? Siendo generosos, el 5%. ¿Qué parte de ese 5% se habría perdido si no lo hubiera puesto por escrito? Tirando por lo alto, el 1%. Y, para terminar: ¿En ese 1% de error iban a estar, precisamente, las ideas más importantes? La lógica me dicta exactamente lo contrario. 

¿Quiero decir con esto que un escritor deba llevarlo todo en la cabeza? No necesariamente. Si uno está escribiendo una novela, vienen muy bien los esquemas para estructurar los capítulos, la biografía de cada personaje y no incurrir en incoherencias temporales. Pero estos apuntes tienen mucho más que ver con la organización y gestión de datos que con la creación de ideas. Si se te olvida en qué año nació un personaje es precisamente porque no tiene importancia (ya he mencionado previamente la implacabilidad de la memoria con todo lo secundario). Para apuntar todos estos datos, basta con abrir un documento PowerPoint en el portátil e ir actualizándolo, sin ninguna prisa, durante el proceso de escritura de la novela. Tener un cuaderno de notas sigue siendo un fetiche innecesario; utilizarlo en público, un morboso acto de exhibicionismo.

Mientras escribo estas líneas está a punto de cumplirse el primer centenario de la invención del cuaderno. El responsable fue el australiano J.A. Birchall, que en 1920 decidió juntar varios folios y unirlos a una cartulina. Desconozco su evolución y sus diferentes usos a lo largo de estos cien años. Lo que tengo claro es que, a nivel literario, su existencia está íntimamente relacionada con el ritmo trepidante de las ciudades. Conviene recordar que la gran mayoría de los escritores lo hacemos por amor al arte y sobrevivimos a base de otros trabajos. Es un hecho que, cuanto más tiempo pasas sin escribir una línea, mayor es la sensación de estar dejando escapar grandes ideas.

Yo mismo he atravesado por ese proceso recientemente. Desde hace un año compagino mi trabajo, una carrera universitaria y la escritura. Gracias a eso, he podido observar el siguiente fenómeno: en las semanas previas a los exámenes cuatrimestrales, el “superávit” de ideas es mucho mayor. ¿Existe, por lo tanto, una relación de proporcionalidad inversa entre el tiempo disponible para escribir y el número de ideas? Si hablamos de BUENAS IDEAS, la respuesta es NO (para profundizar en este asunto, os remito a mi artículo…).

¿Cuál es entonces la causa del “superávit”? En mi opinión, se trata de una cuestión de autoengaño puro y duro. La lógica es más o menos esta: “Vale que ahora no estoy escribiendo NADA, pero no paro de acumular ideas para cuando sí tenga tiempo”. Por otro lado, resulta mucho más fácil fantasear con una “gran idea” que ponerla por escrito y descubrir que no lo es. En cualquier caso, en cuanto termino los exámenes y dispongo de más tiempo para escribir, mis “grandes ideas” se han evaporado sin dejar rastro. ¿Cometo un error por no haberlas apuntado en un cuaderno? Todo lo contrario. La desaparición de dichas ideas me reafirma en mi tesis inicial: si se han perdido es porque no valían la pena.

Cargar con un cuaderno de notas es tan peligroso como llevar una pistola encima: corres el riesgo de utilizarla innecesariamente. No perdáis el tiempo apuntando esas ideas que, de otro modo y por el bien de LA LITERATURA, estarían condenadas a desaparecer para siempre.

P.D. Vuestra memoria juzgará si este artículo es digno de ser recordado. Como siempre, me pongo enteramente a su disposición y aceptaré con humildad su veredicto.

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Comentarios (3)

No puedo estar más en desacuerdo con usted, señor Chinaski. Y no sólo por lo escasamente simpáticos que me resultan los chinos, en general.

El proceso creativo es tan diverso como las formas que de él derivan, y usted pretende hacernos creer que los cuadernos de notas son innecesarios, más aún, pretenciosos, sólo porque el suyo ha resultado ser una cagarruta de seda al 1%, y prefiere guardarlo y sustituirlo por su infalible memoria.

Pues sepa usted que el mundo está lleno de gafapastas como yo, y de gente con lentillas y sin ellas, que gusta mucho de llevar consigo su bloc de notas, y encima disfruta y le saca jugoso provecho. Nada más lejos del engreimiento del que usted nos acusa, señor Chinaski. Nada más lejos…

Dice usted que las grandes ideas jamás se olvidan. Pero es que esto no trata siempre sobre las grandes ideas. A veces, un comentario ingenioso, una situación extravagante que surge a nuestro alrededor o en nuestra propia cabeza pueden ser el detonante, o el pretexto, con el que empezar a desarrollar una obra.

Cuatro palurdos discutiendo en un parque. Yo les observo indiscreto bajo mis gafas de pasta. Me hacen gracia. Su simpleza me resulta universal. Su ordinariez, tan exclusiva que sería incapaz de reproducirla. Anoto palabra por palabra toda la discusión. En seguida se largan, autoindignados, y yo me quedo solo con mi cuaderno de notas. Sus pamplinas me conmueven. Me largo.

Quizá mis apuntes sirvan para crear una tratado sobre la estulticia cósmica, o un sainete o una escena de relleno. No lo sé. La obra puede partir de la Idea a la Nada, o de la Nada a la Idea. Por lo pronto, mi cuaderno de notas se lleva un material que mi cerebro es incapaz de portar. Guardo un trozo de Mundo en el bolsillo.

Así que, señor Chinaski, tenga cuidado la próxima vez que vea un engreído bastardo con su pretencioso cuaderno de notas en la mano. Porque ese bastardo podría ser yo, viendo los toros desde la barrera.

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Estimado Ceviche juguetón. Antes de nada, agradecerle que se haya tomado la molestia de responder a mi artículo. Quisiera aclarar que mi defensa de la memoria, y mi rechazo a los cuadernos de notas, está lejos de ser una ocurrencia momentánea o una provocación gratuita. Es una idea en la que creo desde hace muchos años y que defiendo firmemente, tanto a nivel teórico como práctico.

Considero que mi opinión queda suficientemente clara en el artículo, así que me limitaré a matizar algunas cuestiones que me han surgido a raíz de su comentario.

El método que mejor me funciona a la hora de crear una historia es el deductivo (partiendo de la IDEA hacia lo que, confío, no será LA NADA). Cuando he probado el método inductivo que usted propone, me he encontrado con lo siguiente: de LA NADA jamás llego a LA IDEA. Aun así, como usted bien dice, el proceso creativo adopta diferentes formas, y cada cual debe elegir la que más le convenga.

Coincido también con usted en que un cuaderno puede ser útil a la hora de captar el lenguaje de la calle, etc. De todas formas, yo funciono de otra manera. Cuando escucho una conversación interesante, curiosa o llamativa, mi atención se intensifica. Obviamente, soy incapaz de recordar a posteriori la totalidad de la conversación, pero sí retengo la esencia. A partir de ahí, lo dejo en manos de mi memoria: si la conversación merece ser recordada lo será; si no, ¡qué le vamos a hacer!

Me despido por el momento, Ceviche jugueton. Espero que siga leyendo mi blog y aportando sus valiosos comentarios. Atentamente:

Dani Chinaski

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Estimados,

Diría estar de acuerdo con ambas visiones siempre que podamos acordar que estan ustedes hablando de cosas distintas: ideas y apuntes.

Las ideas son creación. Como usted dice señor Chinaski, de ser buenas, no se olvidan. Los apuntes en cuadernos son pinceles que nos permiten perfilar nuestra idea, nuestra obra. ¿Estoy diciendo que de unos apuntes no puede nacer una buena idea? No, no digo eso. Los apuntes pueden encender esa luz en nuestra cabeza para ver con claridad la tan ansiada idea, sin embargo, los apuntes del cuaderno, no serán la idea. Lo que esos palurdos dicen en el parque le servirán como inspiración señor Ceviche juguetón pero no serán su idea.

Sin embargo señor Ceviche juguetón si hablamos de apuntar también sus ideas además de las ocurrencias de las personas que le rodean, entonces a mi entender es que sus ideas no son buenas y lo afirmo sin leer su cuaderno, ¿se imagina a Mark Zuckerberg apuntando en su cuaderno la idea de crear Facebook a lo brainstorming para no olvidarse? Parece poco probable, ¿no? Sin embargo, estoy seguro de que apuntaba los detalles de su proyecto.

Personalmente, me encanta tomar notas, lo que me acerca su postura señor Ceviche juguetón, pero también comparto su visión señor Chinaski en cuanto a la memoria, esa poderosa arma que sólo nos recuerda lo realmente importante.

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