Esta semana he estado ordenando mis relatos por temáticas. No me quedó más remedio, después de un año subiendo cuentos sin ton ni son y acumulándolos en la categoría de “Historias cortas”. Confieso que empecé de mala gana (a los escritores nos gusta crear, no clasificar). Resuelto a sacudirme el trabajo de encima cuanto antes, decidí ordenarlos por meses. Afortunadamente, lo comenté con mi amigo De Tormes, que me sugirió hacerlo por temáticas.
Me puse manos a la obra. Repasé mentalmente mis relatos y busqué categorías donde pudieran encajar. Sobre una primera base, fui añadiendo y eliminando temáticas. Las había de todo tipo. Temáticas clásicas, modernas y postmodernas. Temáticas previamente existentes y temáticas creadas ex profeso para mis relatos. Temáticas que lo abarcaban todo y que no abarcaban nada… Mis cuentos bailaban de una a otra, saltando de intersecciones entre categorías a conjuntos vacíos y viceversa. Después de tres días de duro y placentero trabajo, conseguí reducir las temáticas a cinco.
El proceso no terminó ahí. Me puse a pensar por qué escribía sobre esa temáticas y no sobre otras. De la literatura di el salto a la tecnología, la filosofía, la sociología, la política… Así, lo que a priori iba a ser un mero trámite, terminó por convertirse en un ejercicio de introspección como escritor y de crítica social y cultural. El resultado es este artículo ordenado por temáticas, como no podía ser de otra manera.
1. Cuentos de amor
El amor romántico como tema de ficción
Puede que el amor romántico no funcione en la realidad, pero como tema de ficción es una mina desde tiempos inmemoriales. El escritor sólo tiene que acompañar a cualquier pareja durante veinticuatro horas al día (hablo en sentido figurado, amantes de la hiperliteralidad). En el largo proceso que va desde el flechazo inicial hasta la ruptura, pasando por la rutina y las crisis más variopintas, existen historias para aburrir. Además, el amor es la ventana desde la que asomarnos a los otros temas universales: el paso del tiempo, la vejez, la muerte, la libertad, la justicia… En cualquier hogar conyugal, por pequeño que sea, el escritor encontrará todo el espectro de las emociones humanas.
Celos, infidelidades, traiciones, reproches, pequeñas venganzas… El amor romántico es una fuente inagotable de conflictos. Si quiere mantenerse fiel a la realidad, un relato corto de amor no debe poner punto final a los conflictos (como mucho punto y aparte). El lector no busca historias de parejas que se acaban sobreponiendo a las vicisitudes. Los conflictos pueden terminar en una tregua pasajera, pero jamás en una paz permanente.
Por otro lado, no debemos situar nuestra historia de amor después de la ruptura. El desamor nos conduce a la inacción más absoluta o a una acción desbocada y repetitiva, “a besar todas las bocas intentando demostrar que sólo existe una”. Si las penurias del amigo despechado nos aburren en la realidad, imagínate las de un desconocido en la ficción. El desamor puede servir como tema central para poetas y cantantes, pero no para escritores de cuentos.
En resumen, el autor debe hacer todo lo posible para que su pareja protagonista se mantenga unida (con independencia de que se quieran o no). Mientras dure esa unión, habrá trapos sucios que contar. El lector quiere que los conflictos se prolonguen más allá del final del cuento, hasta que la muerte los separe.
2. Cuentos de Ciencia Ficción
Lectura a través del móvil, Postmodernidad y Ciencia Ficción
La revolución tecnológica ha cambiado radicalmente nuestra forma de leer. Nuestro nivel de concentración ha disminuido. Miramos la duración del texto que tenemos delante y valoramos si nos compensa dedicarle unos minutos. Si no es así, lo compartimos. Quizás alguien lo mastique y nos lo meta en la boca ya triturado. El simulacro ha sustituido a la realidad. Profesores-youtubers con más tiempo libre que nosotros nos resumen esos libros que ya nunca leeremos. Por un proceso de ósmosis, sus opiniones pasan a ser las nuestras.
Se imponen el zapping y la fragmentación postmoderna. No leemos los textos de principio a fin. Saltamos de un hipervínculo a otro sin volver a la casilla de salida. Leemos en diagonal y nos distraemos enseguida. Nos provocan angustia los párrafos largos y sin negritas. Punto y aparte.
Por otro lado, ya no toleramos la ironía postmoderna. Nuestra capacidad de comprensión también ha disminuido. Queremos hiperliteralidad, que las cosas sean exactamente lo que parecen. Repeticiones constantes que nos recuerden lo que estamos leyendo. Aclaraciones que nos expliquen lo que no comprendemos. No dar nada por sobreentendido. Exigimos a los escritores que utilicen el método lectura fácil de Cristina Morales.
La revolución tecnológica también ha afectado, como no podía ser de otra manera, a la ciencia ficción. ¿Cómo escribir un cuento sobre el género cuando ya vivimos en un mundo de ciencia ficción? Series como Black Mirror nos han abonado y alumbrado el camino. La ciencia ficción del siglo XXI se proyecta poco en el tiempo, unos años a lo sumo. Podría decirse que vive al día, como sus dos últimas generaciones. No somos Julio Verne. Hemos perdido imaginación, sentido de la aventura, capacidad de adentrarnos en lo desconocido. A cambio, hemos ganado en realismo.
La utopía ha muerto. Sólo creemos en distopías que ya no nos parecen tan lejanas e improbables. Están a la vuelta de la esquina. En el mejor de los casos, el futuro se presenta tan negro como el presente.
3. Cuentos urbanos
Por qué los héroes modernos viven en la ciudad y no en el campo
El héroe moderno es crítico con la sociedad que le rodea, pero también es un producto típico de ella. El héroe moderno es un ser anónimo e insignificante. El héroe moderno se siente perdido en un mundo absurdo de valores cambiantes. El héroe moderno es el protagonista de los relatos cortos modernos. El héroe moderno sólo puede vivir en las grandes ciudades.
La soledad de la ciudad es muy diferente a la del campo. Es la soledad del anciano que muere en su casa sin que sus vecinos se enteren. Es la soledad del borracho durmiendo en la acera sin que nadie le despierte para no molestarle. Es la soledad de la comida a domicilio y de las páginas de citas por Internet. Abrumado por esa soledad, el héroe moderno descarga su rabia contra todo lo que le rodea. Pone al descubierto el vacío y el absurdo de la vida en las grandes ciudades. Trata de salvarse hundiendo a los demás, pero él también se ahoga en el intento.
El héroe moderno necesita la acción de las grandes ciudades. Es incapaz de estar en silencio, contemplando el campo cual poeta Romántico o pastor. Tampoco sabría cómo enfrentarse a la naturaleza y dominarla. El héroe moderno no se lleva a la boca el fruto de su propio trabajo. El héroe moderno no está preparado para que una tormenta le deje sin electricidad. Lleva tanto tiempo entre interruptores y enchufes que no sabría vivir de otra manera.
“¡Aquí he vivido, aquí quiero quedarme!”, grita el héroe moderno. El escritor, que vive en el portal de enfrente, escucha su llanto y siente compasión y/o curiosidad. Toca a su timbre y, durante un rato, ambos comparten su soledad. El héroe moderno se expresa libremente por primera y última vez en su vida. El escritor le escucha hablar del anonimato en la ciudad, de sus neurosis, de relaciones sociales enfermizas, de precariedad laboral… y toma nota. Así nacen los relatos cortos urbanos.
4. Cuentos de viajes
De héroe moderno a ciudadano del mundo
Cuando el héroe moderno sale de viaje se convierte en ciudadano del mundo. Les cuenta a sus compañeros de trabajo que se larga, y que ellos deberían hacer lo mismo. Le dice a su jefe que gracias por todo, pero que el trabajo ya no le motiva. Se echa el macuto a la espalda, deja atrás su miserable vida en la ciudad y se forja una nueva personalidad. Se convierte en un ser sin patria y sin ataduras.
Pero todo termina, y tarde o temprano llega el momento de volver a la ciudad. Toca suplicarle al jefe que te devuelva ese trabajo que ya no te llenaba (me gusta imaginar al aspirante entrando a rastras en el despacho, por una trampilla para perros). Toca darse cuenta de que lo que ocurrió en el viaje se quedó en el viaje. Tus buenos propósitos para la vuelta son incompatibles con la realidad. La ciudad tiene sus propios ritmos y rutinas, y es mejor que lo aceptes. Debes matar cuanto antes al ciudadano del mundo y resucitar al anónimo héroe urbano.
El choque cultural entre ciudadanos del mundo y gente local es un buen tema para relatos cortos y novelas. Pero no debemos traspasar la línea del omnipresente relato urbano. Frente a la rutina y el color gris de las ciudades, debemos enfatizar la aventura, la textura y los colores locales. La globalización y la llegada de Internet nos han vuelto cada vez más parecidos unos a otros. Utilizamos los mismos móviles, vestimos igual, vemos las mismas películas.
Las historias cortas de viajes deben luchar contra esta tendencia a la homogeneización. Si no fomentamos las diferencias individuales y locales, acabaremos una y otra vez en el relato urbano. ¿Para qué ambientar un cuento en Singapur o en La India si no voy a expresar la idiosincrasia de esos países y de sus gentes?
5. Colecciones de cuentos
La colección de relatos, el álbum de fotos y la novela Rayuela
Morelli procuraba justificar sus incoherencias narrativas sosteniendo que la vida de los otros, tal como nos llega en la llamada realidad, no es cine sino fotografía, es decir que no podemos aprehender la acción sino tan sólo sus fragmentos eleáticamente recortados. (…) Al final queda un álbum de fotos, de instantes fijos; jamás el devenir realizándose ante nosotros, el paso del ayer al hoy, la primera aguja del olvido en el recuerdo.
RAYUELA, Julio Cortázar
¿Sería posible extender la visión de Cortázar sobre la novela a las colecciones de relatos? De entrada, podríamos pensar que sí. El cuento es para mí una ventana que se abre a otra realidad distinta a la nuestra. Los cuentos nos saben a poco porque no aspiran a explicar esa realidad como algo coherente, sino a mostrarla de forma fugaz. La ventana se nos cierra en seguida en las narices y nos toca reconstruir lo que hemos visto.
La fotografía de Cortázar es como mi ventana. La suma de varios fragmentos conforma un álbum de fotos. Nos ofrecen distintos puntos de vista sobre esa nueva realidad, pero la suma de las partes no es igual al todo. La novela para Cortázar no está cerrada y terminada, sino que cada lector debe ser cómplice en el proceso. En otras palabras: se podrían poner o quitar capítulos de Rayuela sin alterar su esencia. Con las colecciones de relatos ocurre lo mismo.
Sin embargo, no podemos pasar por alto dos diferencias fundamentales. Por un lado, un álbum de fotos (o la novela Rayuela) se construye en torno a uno o varios protagonistas que se conocen o guardan ciertas conexiones entre sí. La colección de relatos, por el contrario, gira en torno a una temática, y los protagonistas no tienen por qué saber de la existencia de los otros.
Por otro lado, aunque en un álbum de fotos no veamos “el devenir realizándose ante nosotros”, quien colocó las fotos lo hizo en un orden más o menos cronológico. El propio Cortázar, aun invitándonos a una lectura aleatoria de Rayuela, tenía un orden en su mente. Sin embargo, los cuentos de una colección forman coágulos atemporales. El hecho de que hayan ocurrido en un determinado orden o todos al mismo tiempo resulta irrelevante tanto para el lector como para el autor.